Como El Agua

Como El Agua, es una de las canciones más emblemáticas de Camarón de la Isla, lanzada en 1981 en el álbum homónimo. Fue compuesta por Pepe de Lucía, y contó con la participación de Paco de Lucía en la producción y Tomatito en la guitarra.

La canción es un tango flamenco que se caracteriza por su letra que compara el amor con la pureza y la fluidez del agua.

🙏🏻 Si alguien sabe quien es el autor de la fotografía nos encantaría citarlo.

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La revolución flamenca de Las Grecas, Lola Flores y Carmen Amaya

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Las Grecas (Tina y Carmela), Lola Flores y Carmen Amaya. Por flamencas y por revolucionarias. Por ponerse al frente y por transmitir y conectar de manera única e inigualable. Celebramos su torbellino, su catarsis artística y su rebelión.

Derrumbaron prejuicios y abrieron caminos allá donde había barreras. Desde abajo, desde el barrio, desde el pueblo. Va por ellas y por muchas más flamencas y revolucionarías.

Las Grecas fueron pioneras en la fusión del flamenco y el rock, a mediados de los 70 saltaron de los tablaos al gran público, con el single “Te estoy amando locamente” y un álbum histórico: Gipsy Rock. Muy influenciadas por las corrientes rock, soul y funk que habían bebido siendo jovencitas en Argentina, a donde se habían trasladado con su familia en busca de trabajo hasta que regresaron a Madrid para abrir senda.

Lola Flores, jerezana, cantante, actriz, bailaora… la Faraona. Fue y sigue siendo símbolo de empoderamiento por ser una de las primeras mujeres que, en la España de la posguerra, habló de temas considerados tabú como la violencia de género, las relaciones extramatrimoniales y la prostitución. Se inició en la copla y también cantó rumbas y rancheras. Interpretó más de 35 películas y su éxito fue internacional, haciendo giras por todo el mundo.

Carmen Amaya, barcelonesa, bailaora, cantante de flamenco y actriz, considerada la bailaora de más impacto internacional del siglo XX. Revolucionó el baile. Fue el comienzo de una nueva escuela, una manera diferente de bailar para la mujer. Rompió los esquemas ofreciendo un baile propio (a veces interpretado con pantalón, en lugar de vestido), en el que los gestos y marcajes no obedecían a figuras estéticas sino a las emociones que experimentaba.

Primero triunfó en España y tras el estallido de la Guerra Civil se trasladó a Argentina, donde su enorme éxito le permitió presentarse en otros países como Uruguay, México y Cuba, o Estados Unidos, llegando a actuar y consolidarse en Nueva York y en Los Ángeles.

De @quinquisound en colaboración con @ferpectamente.musica

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Miguel Trillo, Madrid, año 1986

Miguel Trillo es un fotógrafo español reconocido por documentar la cultura juvenil desde los años 70. Su trabajo se centra en retratar tribus urbanas, conciertos y la evolución de la moda callejera.

Su estilo destaca por la naturalidad y cercanía con sus sujetos. Sus obras han sido expuestas en museos y galerías de todo el mundo.

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Manzanita, pionero en la fusión del flamenco con géneros pop y rock

Manzanita, cuyo nombre real era José Ortega Heredia (1956-2004), fue un cantante y guitarrista español de origen gitano, pionero en la fusión del flamenco con otros géneros como el pop y el rock.

Inicios en Los Chorbos

Manzanita comenzó su carrera musical en la década de los 70 como miembro del grupo Los Chorbos, una banda de rumba flamenca que formó parte del movimiento conocido como “Sonido Caño Roto”, caracterizado por la fusión del flamenco con la música moderna. Su álbum “El Sonido Caño Roto – Poder Gitano” (1975) tuvo gran éxito y ayudó a consolidar este nuevo sonido en la música española.

Carrera en solitario

A finales de los 70, Manzanita inició su carrera en solitario con el disco “Poco ruido y mucho duende” (1978), que incluía el tema “Verde”, basado en un poema de Federico García Lorca. Su estilo único, con influencias de la música árabe y latina, lo convirtió en un referente del flamenco fusión.

“Un ramito de violetas”

En 1980, Manzanita versionó “Un ramito de violetas”, una canción originalmente compuesta e interpretada por Cecilia en 1974. Su versión, con un toque flamenco y más ritmo, fue un gran éxito y sigue siendo una de las más recordadas de su carrera. La canción narra la historia de una mujer que recibe anónimamente un ramo de violetas cada 9 de noviembre, creyendo que es de un admirador secreto, hasta descubrir que siempre fue su propio esposo.

Manzanita dejó un gran legado en la música española, siendo recordado por su voz inconfundible y su innovador estilo musical.

El canto al amor que es “Romero Verde”, donde colabora Raimundo Amador

Lole y Manuel, Dolores Montoya Rodríguez (Sevilla, 1954) y Manuel Molina Jiménez (Ceuta, 1948), fue el primer exponente de música flamenca dirigido a un público no exclusivamente flamenco, formados en 1972.

Su primer álbum se produjo en 1975 con un título muy acorde con la realidad de España en aquel entonces: Nuevo día.

El álbum Lole y Manuel se lanzó en 1977 con el sello CBS. Fue el último disco producido por Ricardo Pachón.

Entre lo más experimental están los diez minutos de “Anta oumri”, el mejor tema de entre los de su estilo que llegaron a hacer. El inicio del disco es igual de arrollador arrancando por bulerías en ese canto al amor que es “Romero Verde” (donde colabora Raimundo Amador) para luego pasar a la desgarradora “Oscura plata” donde Lole canta “Quién va a besarte y mirarte cuando no te mire yo, qué dolor cuando la gente te pisa las flores de tu ilusión”.

De lo grande que es el amor pertenece “Soleá”: “Mira si te estoy queriendo gitano de mi locura, que era fría cómo el mármol y ahora soy candela pura”, y “Bulerías de la pena”.

Con “Lole y Manuel” se cerró un trienio mágico para el dúo. Sus tres primeros discos quedarán para siempre como ejemplo a seguir para las futuras generaciones.

La música de Lole y Manuel tiene varias apariciones en el cine, destacando su participación en la película ‘Flamenco’ de Carlos Saura así como ‘Kill Bill 2’ de Quentin Tarantino (‘Tu mirá’).

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Ser como er Migue, por Esteban Ordóñez (negratinta.com)

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No hay otro grupo que alcance un registro emocional tan extenso como Los Delinqüentes: pueden hacerte reír a carcajadas o llorar de nostalgia. Esa gente se anticipó a las lecciones de la vida. Tenían 18 años y ya sabían lo que hay que saber, y cómo había que saberlo. Al menos lo parecía y nosotros queríamos creerlo. Hacían mascullar de rabia a esos que se pertrechan en la edad para dar lecciones. Tenían 18 años. Ya lo sabían.

Sacaron el primer disco en 2001, El sentimiento garrapatero que nos traen las flores, en poco tiempo consiguieron un disco de oro. Era una época difícil para el mercado. Como dijo Er Migue, Miguel Benítez, la voz, la garrapata padre: “Están los de Operación Triunfo, están los niños estos que se lo comen todo con la academia de los cojones”. Aquellos eran una compota química, un preparado para el éxito, y Los Delinqüentes eran lo contrario. Tenían el sonido y el sabor que ha venido acumulándose durante siglos en la horma de la palabra juventud. A camino de tierra, a mata fresca y, a la vez, a asfalto y a rueda de moto, a exceso, a prisa, a bordillo, a humo de porro, o lo que es lo mismo, a parque y a risa femenina sin cuajar, a enamorarse y a amigo triste y a amor y a gafas de sol de moda y a camiseta de publicidad. A barrio, a música.

El grupo nació en 1998. Su ascenso fue feroz. Coparon los festivales y las listas de ventas como una horda de mongoles con chancletas. Er Migue tenía 15 años y Marcos del Ojo, El Canijo, uno más. Diego Pozo, El Ratón, era algo mayor: había nacido en 1975. Cuando sacaron el primer disco, apenas estrenaban la mayoría de edad. Los cronistas y críticos de la época los miraban con incredulidad y ganas de que aquello fuera a más. Contó Fernando Íñiguez en El País que en el año 2001 el grupo se plantó en la puerta del Festimad, se subieron a una camioneta y tocaron, pidiendo una oportunidad. En los años siguientes, fueron el grupo más reclamado del festival.

Venían de Jerez de la Frontera, tocaban flamenco que sonaba a reaggae, funky, rock, blues. Sus letras les mordían los gemelos a Federico García Lorca, a los Pata Negra. Crearon un surrealismo barriero de San José Obrero y Guadalcacín, donde, de niño, Er Migue conoció a las garrapatas que le marcarían para toda la vida porque era un bicho que te agarraba y no te soltaba y te chupaba la sangre, y donde había de morir en 2004, con tan solo 21 años.

En el escenario eran punkis. Íñiguez hizo la crónica de un concierto en Nerva (Huelva) y relató cómo subieron a las tablas: “Una catarsis salvaje de los tres guitarristas garrapateros rondando en círculo por el escenario, el resto de músicos saltando sin parar y los dos mil jóvenes congregados en la caseta municipal reclamando que no se vayan, aunque sean casi las cinco de la mañana (habían empezado a las tres)”.

El primer tema que oí fue Fumata del ladrillo y me dieron ganas de atracar un banco montado a caballo, gritando y armando bulla. Pero eran las dos de la mañana y yo tenía catorce años. Hacía unos fines de semana que le había pegado las primeras caladas a un porro, en total le habría dado unas 15 ó 20 chupadas en todo ese tiempo, me ponía amarillo muy rápido, pero ya me sentía un fumeta de pleno derecho.

En el coche éramos tres y la litrona, nos aburríamos aunque no lo admitiéramos, pero de pronto aquella algarabía nos metió en una fiesta de chavales desmadejados de risa. Se llamaban por su nombre, “José, que me entra la fatiga, ay, eso ha sido de fumarme las olivas”, y encima uno de nosotros se llamaba José y era el que liaba los canelos. “No tiene papel, se lo ha llevao Rafael”. Nos reíamos, nos lamentábamos de que se nos hubiera olvidado la guitarra. “Aquí estoy descojonao escribiendo esta canción”. La letra contaba una situación trivial. Chavales zarandeados por el colocón que quieren ir al McDonalds, pero no tienen dinero porque se ha quedado en la casona. Esas referencias cotidianas que no pretendían explicarse para que el público lo entendiera nos convencían de que no éramos público, sino que pertenecíamos a ese mundo íntimo, y entonces “la niña miró al petardo y a luego me miró a mí”, y se nos representaban unos ojos azules que no eran de nadie, pero que de pronto estaban en el coche, con nosotros tres y con la litrona.

Luego sonó El aire de la calle que incitaba a llorar y a vivir, y decidí robarle el disco a mi amigo. Se lo pedí a sabiendas de que no iba a devolvérselo. Total, él solía ponerlo como un divertimento pasajero, como una anécdota. Éramos heavies y por un principio de tribu absurdo nos repelía todo lo que sonara flamenco. Éramos tan ignorantes que no comprendimos que aquello estaba más cerca de la pureza del rock que muchos grupos que escuchábamos, que hablaban de pegasos o del Cid simplemente por inercia, por puro mimetismo.

Desmenucé canción tras canción, era uno de esos álbumes que salen cada mucho tiempo porque crean una realidad alternativa, y el mundo, cada siglo, admite un número limitado de tergiversaciones creíbles y deseables. Ser cómo Er Migue parecía la forma más honesta de ser joven. Marcos del Ojo, El Canijo, y él iban por Jerez montados en La Cayetana, la moto de Migue, una Derbi Variant forrada de pegatinas de Kiko Veneno, Triana, Pata Negra. Iban a casa del Ratón para aprender a tocar la guitarra, para perfeccionar.

Migue llevaba camisa de botones y algunas noches se subía a la azotea de su casa e interpretaba los temas que había ido componiendo. Porque la música era como limpiar el aire y así ayudaba a la madrugada en su trabajo de reciclar la vida. Querer ser como Er Migue le hacía a uno comprarse algún colgante y sacarlo por fuera de la camiseta o dar palmas, en mitad de la calle, aunque uno no tuviera amigos flamencos, dar palmas como una advertencia a quien mirara. Ser como Er Migue era una cosa seria.

El poeta garrapatero, el matajare, cantaba siempre con el morro repuntado y la nariz arrugada como si tuviera una plaquita de pus en la garganta (que diría Zoe Valdés), pero sonriendo, consciente de que tenía la carne del aire apresada entre los dientes. Hay ronqueras hechas de décadas de cazalla, de ochos de la mañana y carajillos o de papel de plata, y luego está la de Er Migue, que a saber de dónde sale. Isabel Gutierrez, en Blanco y Negro, dio en el clavo: “No hay quien cuadre esas maneras de hombres maleados con los rostros casi infantiles de tres chavales risueños y alborotados”. Su voz venía de Rafael Amador, tendía al Torta y jugueteaba con las chirigotas o, por ejemplo, en mitad de Tartarichi con el vibrato de Elvis.

Hay una grabación de 1999. La formación no estaba al completo. Faltaba El Ratón. El Canijo abrazaba la guitarra totalmente encorvado y marcaba el ritmo con los dos pies. El Canijo ya jugaba mientras tocaba. Eran niños, con caras de niños y manos de niños. La voz de Migue sonaba menos rasgada. El sonido era sucio, errático, inexperto. Lo llamativo es que sólo faltaban cinco años para que un día de julio de 2004, a las dos de la tarde, su corazón se parara en su casa de Jerez. Acababa de pasar por un centro de desintoxicación en el que no había dejado de componer.

Migue era un chaval que, en mitad de una entrevista, seguía punteando la guitarra, como si le quemaran las manos, sin hacer demasiado caso a las preguntas que se encargaba de responder El Canijo. En cinco años da tiempo a muchas cosas. En aquella grabación, tocan una versión primigenia de El aire de la calle. La letra era algo distinta. En un momento dicen “en mis bolsillos dos talegos de chocolate”. Entonces a Migue se le pone una sonrisa cachorra y desafiante. Camarón juntaba en su quejío todo la tragedia del pueblo gitano, un dolor que no pretendía curarse, sino, simplemente, expresarse. La voz de Er Migue era lo contrario: un bálsamo optimista; fue como Benjamin Button, venía de la vejez, traía una sabiduría paranormal, y no contemplaba otra opción que la de ser cada vez más joven.

Cuando se mudaron a San José Obrero, Migue tenía ocho años. Cuenta su hermano que salió a la calle y no tardó ni media hora en presentarse en la casa con cuatro niños diciendo que eran sus amigos. En 2004 tenía muchos más amigos, por toda España. Ocurrió a las dos de la tarde, Migue salió de la casa, con ocho años, con 21, con todas las edades puestas, con la vida. Me gustaría decir que alguien lo oyó cantar después de las dos de la tarde, mientras caminaba: “Cuando voy solo por la calle, sólo veo gorriones en los árboles. Cuando voy sólo por la calle, golondrinas en los cables”. Eran las dos y alguien lo oyó cantar.

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Foto: Jorge Arrollo

El Vaquilla y los Chichos

La película ‘Yo, el Vaquilla’ basada en la biografía de Juan José Moreno Cuenca y dirigida por José Antonio de la Loma, tuvo banda sonora de Los Chichos a petición del propio protagonista, confesado seguidor de la banda.

A mediados de los 80, Emilio, Julio y Jero empezaron a tener entrevistas en el penal con el propio Vaquilla y de esos encuentros salieron un total de 30 canciones compuestas en apenas dos semanas, y de ahí seleccionaron diez para la película. Cuatro eran de Jero: ‘Yo, el Vaquilla’; ‘Yo quiero a May’; ‘Campo de la bota’; ‘Señor ayúdame’. Tres de Emilio: ‘Ella se llamaba Ana’; ‘Antes que tuya fue mía’; ‘Mis hermanos’. Y tres de Julio: ‘Cartas de arrepentimiento’, ‘Gitanos de piel morena’, ‘Mi condena cumplí’.

Según cuenta El Vaquilla en sus memorias, Jero le dijo que había leído su libro y el guión de la película y que compuso sus temas a raíz de algunas frases y párrafos. La que más le entusiasmaba era una que había dedicado a su propia madre porque le enternecía las escasas veces que se pudieron ver a lo largo de sus vidas. ‘Campo de la bota’ era otras de sus favoritas, haciendo referencia a su barrio: “Pero sin duda la más bonita será una titulada ‘Señor ayúdame’, ya lo verás”, le dijo Jero al protagonista de la historia.

Al estreno del disco y la película, Los Chichos se ofrecieron para dar un concierto gratis a los presos en el patio de aquel penal de Ocaña 1 en el que estaba El Vaquilla.

Textos extraídos del libro ‘Nosotros los Chichos’.
📸 Cartel de la película / Los Chichos con El Vaquilla en el penal en 1985

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“De lo que hay que entender es de arte”, Jesús de la Rosa de Triana

Triana single recuerdos de una noche

Jesús de la Rosa: “La música de Triana es el resultado de la evolución de la música de los primeros grupos de Sevilla, yo la llamaría ‘música callejera moderna’. De cada barrio ha ido saliendo una música distinta: la de Gualberto, la de Smash, la nuestra, que hemos estado siempre buscando lo que nos era propio, como ocurre en Barcelona con La Dharma, que creo que es el grupo que más se ha acercado a ese nivel”.

A pesar de ser acreedor de diversos conocimientos y técnica musical, Jesús siempre se definirá como un músico autodidacta muy marcado por sus orígenes y raíces y una sensibilidad arrolladora, manifestando, en ocasiones de manera jocosa y en su entorno de amistades, que “DE LO QUE HAY QUE ENTENDER ES DE ARTE”.

Extractos del libro ‘A través del Aire” de Pablo Selma y Eduardo Rodríguez, en ¡Ferpectamente!

Foto: El primer single de Triana.

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Fuck the clock, Patti Smith y Bob Dylan

Hazlo de vez en cuando y sin avisar: FUCK THE CLOCK

📸 @histeriam
🎶 Patti Smith – drifter’s escape (de Bob Dylan)

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P.D.: Dylan escribió «Drifter’s Escape» en un tren en Nueva York durante el viaje a Nashville para comenzar a grabar John Wesley Harding. La letra ofrece una narrativa kafkiana en la que un extraño está oprimido por la sociedad pero no derrotado. Al respecto, el protagonista es llevado a un juicio sin saber los cargos en su contra. El jurado lo declara culpable, pero es salvado por la intervención divina cuando la corte es golpeada por un rayo. El protagonista es capaz de escapar de sus perseguidores, ya que estos se arrodillan para rezar.

Camiseta en el menú de Boom Boom Rock ‘n’ Roll