Este es ese disco del que siempre te han hablado. Y por una vez todos tienen razón. Un LP infinito de apenas 36 minutos. Una fiesta continua de rock, flamenco, surrealismo y alegría. «Veneno» (CBS, 1977), aun a riesgo de sonar tópico, es un antes y un después en la historia de la música española. Todo un hito que influiría directa o indirectamente el devenir de la escena. Pero, paradójicamente, un hito que pasó muy desapercibido.
Quizá España no estaba preparada para tanta brutalidad punk, ese espíritu del «aquí te pillo, aquí te mato» que se respira a lo largo de todo el álbum. Tampoco lo estaba para el absurdo mordiente en la voz de Kiko Veneno (quién lo iba a decir). Los hay que afirman que es posible que no tuviera suficiente promoción. O quizás simplemente no nos lo merecíamos.
Porque clama al cielo. Rock y flamenco ya se habían acercado antes, pero no de esa manera y no con este sonido. Y de eso tiene mucha culpa Ricardo Pachón, quizá el verdadero valedor del sello Veneno (ese que marca la pastilla de hachís de la portada). «Veneno» no se volvería a repetir, pero Pachón estaría tras los controles en otras maravillas que no le andan muy a la zaga como el inabarcable «La Leyenda del Tiempo» (Polygram, 1979) de Camarón o «Blues de la Frontera» (Nuevos Medios, 1988) de Pata Negra, el futuro proyecto de los Amador tras el fin de Veneno. Tampoco nos olvidemos que estuvo detrás de Smash y de «Nuevo Día» (CBS, 1975) de Lole y Manuel. Esto no es casualidad: Ricardo Pachón había nacido para producir esto.
Ya desde el fade in festivo de congas y bongos con el que empieza «Los animales» nos vamos enterando poco a poco de qué va la vaina. Los hermanos Amador, Raimundo y Rafael, conversan con sus guitarras, jugando con ellas (y con nuestros oídos). Kiko entona un trabalenguas casi mántrico: «Me devora tu miedo devorador a ser devorado por mi miedo devorador a que te devore», un «bucle extraño» donde la pescadilla se muerde la cola. Pero aquí todo diverge a infinito como una enorme espiral de Moebius: «Veneno» es flamenco que quiere ser rock que quiere ser flamenco que es rock y que suena flamenco…
Haciendo de maestro de ceremonias el cantante nos introduce en un mundo donde alegría y locura van de la mano: su mundo. «Me devora el resplandor de lirios de la noche», concluye. Hasta aquí cualquiera que hubiese pinchado el disco pensaría que había comprado un disco de flamenco con un gachó un tanto ido. Pero la batería de Antonio Romero El Tacita (si esto no es rock por bulerías que baje Dios y lo vea) y esas guitarras de los Amador se vuelven funkis espontáneamente, y nos convencen de que todos estaban idos. Gracias al cielo.
«La muchachita» es un delicioso medio tiempo entre la rumba y el funk. Kiko cuenta «la historia de una muchachita de mejillas tiernas, como galletitas» en la que no pasa nada y pasa de todo. Nadie describiría mejor un día cualquiera de una atractiva joven, con esa mezcla de ternura y lujuria (una constante en él). Tras un vivaracho «solo» a base de pito gaditano el festín se detiene… y continúa. Las guitarras se vuelven delicadas por un momento en un precioso interludio y «La muchachita» se funde en «Canción antinacionalista zamorana», otra alegre rumba donde Kiko está especialmente acertado con sus palabras: sugerentes, hermosas y surreales.
Sólo era cuestión de tiempo que la patafísica y la rumba se diesen un abrazo: «Las moscas me pueden, los gatos me hieren, los niños me pintan en las paredes. Los guardias me advierten, las monjas me arrugan, me entran las ganas de mear cuando sale la luna» Kiko volvería a grabar «Canción antinacionalista zamorana» como «El calor me mata» en «Puro Veneno» (BMG, 1998).
El rock progresivo con matices flamencos (impresionante labor a la batería de El Tacita) no anda muy lejos de «Indiopole», la potente canción instrumental del disco, con zapateado incluido. Pero aunque el rock andaluz era el territorio dominado con mano de hierro por Triana, que publicaron su imprescindible «El Patio» (Gong-Movieplay, 1975) tan sólo dos años antes, Veneno va por otros derroteros más callejeros y salvajes. La canción suena como si Paco de Lucía y Jimi Hendrix se hubiesen encontrado por casualidad en la puerta de una iglesia y se hubieran puesto a tocar a ver que salía.
«Me quiero asegurar que mi sombrero está bien roto y así los rayos pueden entrar en mi cabeza» dice el estribillo de «Los delincuentes» el tema más popular del disco. La alegría y la vida loca son una misma cosa aquí: «Te quiero conquistar con el suave viento, gratis y fresco, de mi abanico de cristal». De nuevo uno no sabe lo que está escuchando: rock, blues o rumba (y que me zurzan si importa).
Kiko da un paso más hacia delante en la genial «Aparta el corazón de las mangueras». Con una letra supuestamente compuesta tras (o durante) una borrachera, se lanza de lleno hacia la escritura automática y casi casi el dadaismo, haciendo gala para ello de un lirismo fuera de lo común que es un encuentro afortunado detrás de otro. Kiko canta arrebatado, como un loco cósmico, como un Bob Dylan vestido de duende de vuelta de una visita relámpago a Eugene Ionesco. Lo lúdico, lo lírico y lo loco juntos para siempre.
El colofón es intenso. Después de «San José de Arimatea», una rumbita amable con letra misteriosa («Bajaban por el monte turbas evangelizantes que habían hallado el camino de la salvación.») Kiko adapta al castellano «No demando gran cosa», el poema de Miquel Martin i Pol para «No pido mucho», la genial canción que termina el disco en la que Martin i Pol (y ahora Kiko) juegan con sujetos y predicados como con un cubo de Rubik.
En definitiva un disco único que el mismo Kiko considera insuperable y cuyo espíritu lleva persiguiendo desde entonces. Un disco al que ninguna reseña hará justicia. Hay que oírlo.
Texto: La fonoteca.
- Disco de vinilo remasterizado, edición especial sello Sony-Legacy.
La Muchachita (Canción Antinacionalista Zamorana)
Indiopole
Los Delincuentes
Aparta El Corazón De Las Mangueras
San José de Arimatea
No Pido Mucho